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244 sin haber derramado una gota de lluvia sobre la tie- rra. Esto explica, hasta cierto punto, por qué algu- nas almas sienten mucho, hacen poco, adelantan menos, y á veces vuelven atrás. De buena gana seguiría por este camino, dándote áconocer otros muchos impulsos del espíritu humano, con los cuales él corrompe nuestras buenas obras, como corrompe el vinagre al vino con que se mezcla; pero se hace preciso pasar al otro punto y dar tam- bién á conocer cómo ese mal espíritu puede propor- cionarnos cierta facilidady cierto gusto en la práctica del bien. Conociá una persona que, por vencer la repugnancia que sentía á tratar con los enfermos, se dió á visitar los hospitales. Al principio le costaba un trabajo inmenso sólo el mirar las llagas de los pacientes, y tenía que acordarse de la Pasión de Jesu- cristo para vencerse á sí misma y tocarlas, en lo cual no cabe duda que merecía mucho; pero pronto fué conocida entre los enfermos, que le cobraron cariño y la colmaban de bendiciones; con estos elogios fué poco á poco perdiendo el asco, adquirió facilidad para curar las llagas, y tan grande gusto en hacerlo, que sentía después honda pena, cuando no podía ir á ver la satisfacción que su presencia causaba á los enfer- mos, y á escuchar las alabanzas que ellos le prodi- gaban; siendo lo más notable, que asistía con mayor cariño á los que más elogios le tributaban. ¡Cosa ex- traña! Lo que no pudo en aquella alma la gracia di- vina, ayudada del recuerdo de la Pasión de Cristo, lo pudo el espíritu humano, ayudado de unos cuan- tos elogios personales. Conocí en otra ocasión á un sacerdote de gran virtud y buenas prendas, á quien costaba mucho subir al púlpito por la dificultad que sentía en ejer- cer el ministerio; de modo que sólo predicaba cuan- do le obligaba el superior con precepto de obedien- cia. Como tenía bastante disposición se granjeó bien pronto la consideración de los demás, con lo cual

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