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243 un alma, siempre la deja mejorada y enriquecida con frutos de santidad. Mucho de esto que voy diciendo sucede á las almas devotas. Hay personas tan pacíficas que les cuesta trabajo incomodarse y perder la paz; cualquiera las tomaría á primera vista por un modelo de mansedum- bre y humildad; pero examinadas atentamente, se descubre que aquella imposibilidad es hija muchas veces de una complexión flemática, y que la gracia no tiene en ella más que una quinta parte, mientras que las otras cuatro son efecto del espíritu humano. y otras tan devotas en la oración y tan llenas de ternura, que pasan toda la hora vertiendo dulces lágrimas, como si los ángeles derramaran sobre ellas el rocío del cielo; pero si pesamos esas lágrimas en la balanza del santuario, hallaremos que sólo una ter- cera parte deellas son efecto de la gracia, mientras que las otras dos nacen de un natural tierno y afectuoso movido por el espíritu humano, mediante el influjo de cierta imágenes patéticas y conmovedoras. Hay otras que sienten un amor ardiente á la mortificación, castigan su cuerpo y refrenan sus sentidos, como sl estuvieran llenas del espíritu de penitencia; y mu chas veces (¡parece mentira!) esas mortificaciones son inspiradas por el espíritu humano, para dar una sa- tisfacción, no 4 Dios ultrajado, sino al amor propio ofendido, ó á la dignidad propia menoscabada con nuestras faltas. Hay otras tan recogidas y atentas en la oración, que parecen haber llegado á un profundo recogimiento, ó á un alto grado de oración; pero que examinadas despacio, vemos como en las demás, que la mitad de esa atención es obra del espíritu humano, y la prueba inequívoca de que es así, la tenemos en que el recogimiento, la mortificación, el llanto y lágrimas de esas personas, pasa de largo sin fecundar sus almas con el rocío del cielo. Todo eso es parecido á las nubes sin agua que pasan sobre nuestra cabe- za en días de verano; nos refrescan un poco y se van, CARTAS Á TEÓFILA 17
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