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238 y divinas quiere prescindir de Dios para buscarse á sí propio, ocupar el lugar de la Divinidad y usurpar las adoraciones y los afectos, que sólo deben dirigir- se al Dios tres yeces santo. Me dirás, cara Teófila, que esto es horrible, y yo respondo que sí, que es horrible; pero que es lo cier- to, lo que pasa cada día, lo que nosotros mismos ha- cemos ó haremos indudablemente, si no atendemos á los diversos movimientos de la gracia y de la natu- raleza, si no rectificamos á menudo la intención de nuestras buenas obras, ó si dejamos que nos domine con su despótica tiranía el espíritu humano. ¿No te dije al comenzar que no es oro todo lo que reluce? ¿No te dije que son muchos los ciegos, los engañados y los dormidos al borde del precipicio? ¿No te dije que temía entrar de lleno en este asunto por el des- encanto que ibas á sufrir? Este desencanto es para mí tan amargo y cruel, que cuando obseryo los estra- gos que hace el espíritu humano en almas que me pa- recían buenas y perfectas, me siento horriblemente tentado á dejar de predicar y confesar, viendo perdi- do en un momento el trabajo de muchos días. Y no caigo en la tentación, porque Dios me sostiene, y por- que yo en esos trabajos no busco tanto el bien de las almas como el cumplir la voluntad divina, manifes- tada por la obediencia. Y aquí dejo la pluma, advirtiéndote antes que ape- nas hemos dado principio á nuestra obra: que es mu- chísimo lo que nos resta por decir sobre las causas con quese desarrolla y creceel espíritu humano, los modos y maneras de su desenvolvimiento, sus artificios, da- ños y remedios. Pero como esta carta se ha hecho tan larga, ten paciencia hasta otra en que vuelva á con- tinuar la tarea que ahora suspendo. Sólo te diré para terminar, que examines con qué espíritu obras, que mires con cuidado por qué camino andas, no sea que tu camino te parezca recto y sea torcido, te parezca justo y tenga un término desgraciado. Y

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