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237 gloria? ¡Cuánto engaño, Teófila, cuánta aberración! Pero úl hay más. He visto religiosos que pensaban agradar á Dios, sustrayéndose á la obediencia, obrando á escondidas ó sin dependencia del Superior; he tratado religiosas muy mortificadas, capaces de sufrir un martirio, y dos y tres, con tal que las dejaran salir con la suya; y he visto monjas tan encaprichadas con su dirección espiritual, que cuando les cortaban la comunicación con su director, ó éste se negaba á dirigirlas, se po- nían enfermas y llegaban á un desaliento y langui- dez de espíritu, que las hacía insufrible. Todo lo cual indica desgraciadamente que esos religiosos y reli- giosas no están llenos del espíritu de Dios, sino satu- rados de espíritu humano hasta los mismos ojos. ¿Qué más diré? He conocido sacerdotes muy celosos, dignos operarios de la viña del Señor, los cuales pa- saban días enteros en el confesonario, y horas y ho- ras con determinadas personas: todo esto lo hacían, según ellos afirmaban, únicamente por la gloria de Dios y el bien de las almas, y tal vez al principio era así; pero sucedió que, por justísimas causas, algunas de aquellas almas se vieron precisadas á mudar de confesor, y entonces fueron las quejas, y los lloros, la desesperación y el llamarlas á voz en grito capric ho- sas, ingratas, necias, soberbias, y alucinadas, procu- rando, por otra parte, desprestigiar indirecta ó direc- tamente á los nuevos directores de almas á quienes miraban como rivales. ¡Qué miseria! ¿Creerian esos ministros del Altísimo ser ellos los únicos conductos por donde Dios podía comunicar su gracia á las al- mas? ¡Qué alucinación! ¡Qué ceguedad tun horrible! ¿Buscarían en todo la glori ia de Dios y el bien de los prójimos? ¿No entrarían para nada en sus obras las interesadas miras de la naturaleza? ¿Obrarían en es- to por principios sobrenaturales, impulsados por el soplo Divino? No, sino poseídos del espíritu humano, espíritu de egoismo que aun en las obras más santas

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