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235 mos que lo padecen. Es una enfermedad latente, pero crónica, un cáncer que nos va royendo las entrañas, sin que el alma se dé cuenta, y cuando llega á perci- birlo, es cuando ya el mal no tiene remedio. ¡Cuántas yeces emprendemos una obra de caridad ó UnA prác- tica piadosa, inspirados por la gracia y con el recto fin de agradar á Dios, y cuando venimos á percatar- nos, ya el espiritu humano ha viciado la buena obra, proponiéndose fines aviesos! Conozco almas que en- traron con buen celo en la vida espiritual, y corrían por la senda de la virtud empujadas por el soplo del Espíritu Santo; pero hubo un momento en que el soplo divino quiso darles otra dirección, ó moderar la velocidad de la marcha, y el espíritu humano las empujó, las sustrajo á la acción de la gracia y co- rriendo van las desdichadas, no sé por dónde, pero sí sé que van fuera de camino, que la gracia de Dios no va con ellas, y que tal vez andan por aquel tris- tísimo camino de quien dijo el espíritu Santo en los proverbios (1): Hay un camino que le parece justo al hombre, pero cuyo fin conduce á la muerte. ¿Qué camino será ese? ¿El de los pecadores? ¡No! que. ese camino á nadie le parece justo ni-recto. ¿El de los santos y almas fervorosas? ¡Tampoc o! porque ese camino ni conduce ni puede conduci ir á la muerte, Pues entonces, ¿cuál será? ¡Ay, Teófila mía! es el de esas almas dominadas por el espíritu humano; el de esos religiosos y religiosas que obran por motivos puramente naturales; el de esos sacerdotes, que en su ministerio no buscan la gloria de Dios, sino su misma gloria, ó su conveniencia propia; es, por último, el de esa multitud de beatas, que sin darse cuenta se buscan á sí mismas más que á Dios, se rigen por los impulsos del espíritu hamano, se ponen á sí propias por fin de sus buenas obras, y en todo lo que hacen buscan su satisfacción, gusto y contento, más que el (1) Prov. xiv, 12.

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