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233 en la cabeza una hatahola de pensamientos, que no sé por donde salir. ¿Hay acaso en esto alguna con- tradición, aunque sólo sea aparente? ¿Entiende usted por naturaleza algo distinto de lo que entiende el Kempis? ¿Estaré yo siguiendo á ciegas los movi- mientos de mi natural, y será perdido cuanto hago? Ya ve V., padre mío, que esto es interensantísimo, y que bien merece la pena de que se detenga á resolver mis dudas y calmar mis temores.» Pues ante todo, mi amada Teófila, te repito que efectivamente las acciones humanas, aún las que naturalmente son buenas (entiéndelo bien), carecen de mérito para la otra vida, si no van sobrenatura- lizadas por la gracia 6 dirigidasá un fin sobrena- tural. En segundo lugar, te digo que no hay con- tradicción, sino mucha harmonía, entre lo que has leído en el Kempis y lo que yo te enseñé; pues lo que combato en la carta que tú me citas, es la doc- trina jansenista de que la gracia se opone siempre á la naturaleza, reprobando con toda mi alma la con- secuencia práctica de esa teoría que aconseja el pri- varnos de una acción buena, solo porque nos sen- timos inclinados á ella. Repasa otra vez lo que allí te decía y verás que cuidé mucho de encargarte que sobrenaturalizaras tus buenas inclinaciones natura- les, obrando puramente por Dios y no por tu gusto; aunque halles gusto en aquello que por Dios haces, que es precisamente lo que enseña el Xempis en el capitulo que tú alegas. En cuanto á la. naturaleza, de quien tantos males dice la Imitación de Cristo, solo te digo que esa pa- labra, en el sentido que allí está empleada, es sinó- nima de amor propio, de espíritu humano, gangrena de la perfección cristiana; y aquí entra mi tarea par: darte á conocer la maligna influencia que esa natu- raleza ejerce sobre las almas, maleando y corrom- piendo sus mejores acciones; y en vista de lo que te diga, tú misma podrás averiguar si has perdido el

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