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ocupada en fabricar un convento en su cabeza y andar en él, arreglándolo todo muy bien y compla- cióndose en su obra. Cansada de aquello, se pone á repartir grandes y ruidosas limosnas, á sufrir gran- des contrariedades, á llevar heróicamente la cruz que Dios le envía, y á servir á los pobres enfermos en los hospitales. Pareciéndole esto poco, se vá á predicar la fe á los paganos, padece allí un martirio cruel, y tiene la dicha de ver los portentosos mila- gros que obra Dios en su sepulcro, el cual llega con el tiempo á ser tan célebre por lo menos como el de Santiago en Compostela, ú el de San Fernando en Sevilla. Todo esto lo hace esa persona, mentalmente por supuesto, que es lo que se llama hacer castillos en el aire, y con esto comete la horrible falta y adquiere la deplorable costumbre de admirar las cosas buenas sin practicarlas jamás. Y buena prueba de ello es, que mientras pensaba en repartir grandes limosnas, despidió á un pobre importuno que llegó á su puer- ta; mientras pesaba en predicar la fe á los infie- les, se olvidó de enseñar la Doctrina á quien debía; mientras pensaba en sufrir el martirio, reprendió ásperamente con la vista á una criada, porque no pudo sufrir que la estorbara, pasando por delante de ella; y mientras pensaba en hacer milagros en su se- pulcro, se levantó de allí, ¡joh prodigio! para mur- murar de fulanito y de menganita. ¡Desgraciada el alma que tiene ocioso 6 emplea en tales bagatelas su pensamiento y su tiempo! ¡jamás dará un paso en el camino de la verdadera perfección! Tiene además la pereza otro carácter especial que consiste en ejercitarse en todo menos en lo que debe, porque la ociosidad consiste más bien en hacer cosas inútiles, frívolas y pueriles, que en estar quietos sin hacer nada. Personas hay que emplean en tonterías más tiempo y más trabajo del que emplearían en cumplir con su deber, y son tan ociosas, que dejan esto por aquello. Tienen, por ejemplo, que hacer su

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