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me limitaré á darte á conocer algunos de ellos. El más principal, y quizás el menos reparado, es el des- perdiciar ó emplear mal el tiempo. Pocas faltas en la vida son irreparables, y entre esas pocas, una es la pérdida del tiempo. Este es la moneda con que se compra la gloria, es la tela con la cual se ha de hacer el vestido de nuestra eternidad, y por eso es peli- groso ese mal hábito de perder el tiempo, tan fácil y silenciosamente como lo pierden muchas personas. Una de las causas que más contribuyen á la pérdida del tiempo es la locuacidad, y por regla general pue- de afirmarse que las personas piadosas, antes de arribar á la perfección, todas son locuaces y hablado- ras. Unas son tentadas á charlar de cualquier cosa y con el primero que se le pone delante; otras se incli- nan más á conversar con ciertas personas que le son simpáticas, porque encuentran en ellas comunión y reciprocidad de ideas; otras son aficionadas ú visitas de pura cortesía, prolongadas sin moderación; y el resultado práctico de todo esto es siempre la disipa- ción, defecto cuyas perniciosas consecuencias nos son por desgracia harto conocidas, pues nos traen dis- gustos interiores, desaliento, mal humor, pérdida de gracias y afición á las vanidades del mundo. Otro de los caracteres de la ociosidad y otra de las maneras de perder el tiempo, es estar siempre para comenzar una cosa, y no poner nunca manos á la obra. Esto destruye la energía del espíritu, y nos engaña miserablemente, haciéndonos estar hoy ocio- sos, porque mañana pensamos trabajar mucho. Llega mañana y hacemos lo mismo que hoy, viene el otro día y nos pasa lo mismo, hasta que llega uno en que, fastidiados con tantos quehaceres, los dejamos todos á un lado, ó lo que es menos malo, los despachamos á medias; de prisa y corriendo, sin acordarnos siquie- ra que aquello lo hacemos ó lo debemos hacer por Dios; y de este modo, dicho se está que no se ade- lanta nada y se atrasa mucho en la vida espiritual. CARTAS Á TEÓFILA 16