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202 alma ya no hace, sino que padece, ya'no obra por sí, sino que Jesús obra en ella misterios de amor. La ele- vaá un estado sobrenatural, como si la dotara de una nueva naturaleza, con lo cual la pobrecilla sufre lo que no se puede expresar, porque se encuentra en este mísero mundo fuera de su propio elemento; co- mo el pez fuera del agua. En tal estado Jesús hiere á esa alma con el dardo de su amor, y cada vez profun- diza más la herida, haciendo que las palabras, obras, pensamientos, deseos y afectos de ella respiren amor divino, y sólo amor divino, de modo que pueda decir con la Esposa de los Cantares: «Mi amado para mí y yo para mi amado.» Luego avivando en el alma el sentimiento de su extrema vileza y de su propia nada, la enciende en su amor-tan irresistiblemente, que á ella se le hacen fáciles los actos más herói- cos de virtud, y es llevada por ese medio á la unión sobrenatural con Jesús. En esta unión entra El en completa posesión del alma y el alma está tan unida á Jesús y tan vivifica- da por El, que llega un dichoso momento en que puede decir con el Apóstol: «Ya no vivo yo: sino que Cristo vive en mí (1).» Llegada á este estado, el alma siente sobre sí el enorme peso de una cruz per- petua, compuesta de amargos sufrimientos; pero esos se los hace el amor tan dulces, que sólo aspira á su- frir más, á padecer ó morir; pues, Ese amor que dulce hiere con tal ansia al alma deja, que gime, llora y se queja, porque de amores no muere. Al leer esto, me parece, Teófila, que te oigo excla- mar: ¡Dios mío! ¡Cuánto me falta para llegar á esa región maravillosa! ¡Cuán lejos estoy de ella! Así es en efecto, hija mía; esa región está tan distante, que (1) Galat., 11, 20.

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