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anonade delante de Jesucristo, abandonándose teramente en sus brazos, con la infantil confianza con que se arroja el niño al regazo de su madre. Cuando este amor es muy intenso, sin dejar de ser afectivo, pasa á ser también imitativo ó trans- formativo, porque es propiedad del amor ardiente transformar al amante en el objeto amado, ó ase- mejarlo á él cuanto sea posible. Entonces, amada Teófila, con un conocimiento pleno, conoce el alma que Jesucristo es el tipo de la santidad, la norma detoda virtud, el modelo aca! 1 ción: y el amor intenso que ell á copiar en sí la vida del Redentor, y á convertirse adísimo de la pertec- a le profesa, le obliga exterior 6 interiormente en una imagen de Cristo; exteriormente por la continua mortificación de los sentidos, disminuyendo sus comodidades corporales, haciendo guerra á las pasiones, reprimiendo la va- nidad y el amor propio, moderando los recreos 6 placeres inocentes, y hasta los exagerados afectos de familia. Interiormente se asemeja el alma ú Jesús en el desprecio del mundo, en el desprendimiento de las criaturas, en el celo por la gloria de su Eterno Padre, en el recogimiento interior, en la continua presencia de la divinidad, y en otras muchísimas cosas, que no me detengo á decirte. Pon delante de tus ojos á Santa Teresa de Jesús con su corazón lla- gado, ó contempla á Nuestro Padre San Francisco, llevando impresas en su bendito cuerpo las cinco llagas del Redentor, y entonces podrás formarte una idea clara del extremo á que puede llegar en un al- ma el amor imitativo. En nuestro Seráfico Patriarca llegó á tal punto, salió tan fiel la copia, que casi podría confundirse con el original. En este amorde imitación, el alma puede hacer mucho, pero no lo puede hacer todo. Atraviesa el camino de la santidad una misteriosa región ignora- da y desconocida del vulgo devoto, región en que ese amor se convierte de actiyo en pasivo, y entonces el

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