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200 rancia Ó escaso conocimiento de los misterios de nuestra fe, en especial los que se refieren á la Sagra- da Humanidad de Cristo! Yo me atreyo á decir, que esa ignorancia y escaso conocimiento, es el grande impedimento, el obstáculo supremo que detiene hoy en su camino á la mayor parte de,Jas almas que as- piran á la perfección. Jesucristo mismo nos dice en su Eyangelio, que El es para nosotros Camino, Ver- dad y Vida. El que no participe de esa Vida divina, está muerto para el cielo; el que no anda por ese Ca- mino, imposible es que adelante; y el que no ve la maravillosa y esplendente luz de esa Verdad, vive en tinieblas. Y ¡oh Dios mío, cuántos y cuántas viven en las tinieblas de su ignorancia! Si conociéramos bien á Jesucristo, nuestra devo- ción para con El sería especialísima y muy fervo- rosa, porque le amaríamos tiernamente, con mucho ardor y casi sin poder dejar de amarle. Si le conocié- ramos al menos como lo conocieron los Santos, le amaríamos como ellos, con los dos grandes amores de nuestra alma, con amor afectivo é imitativo. El primero de estos amores consiste en un afecto grande, en un deseo intenso, en una sed ardiente de que Jesús sea glorificado, conocido y amado de todas las criaturas; y esa ansia amorosa que por la gloria de Jesús siente el alma, le hace experimentar una dulce tristeza, un dolor tierno y afectuoso, cuando lo ve ofendido, ultrajado y olvidado de los hombres; y por el contrario, el alma que tiene ese amor, siente un gozo celestial y una viva complacencia, cuando ye que nuestro Salvador es glorificado y amado de los mortales, ó cuando estos trabajan por hacer su divina voluntad y por no ofenderle en nada. Este amor hace que el alma toda entera se encienda y $e derrita con la presencia del Amado; le hace adquirir con El una familiaridad santa -y una confianza res- petuosa; le hace dolerse profundamente de su frial- dad é imperfecciones, y le hace, por fin, que: se
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