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194 quien servir es reinar, entonces me dominará el pen- samiento de servirle por la honra de conseguir en su Corte un gran empleo. Bajo cualquiera de estos aspectos que consideremos á Dios, el amor que le profesemos y el servicio que le hagamos, revestirá necesariamente un carácter de interés, de dureza y temor excesivo que, lejos de hacernos santos y per- fectos, nos hará mercenarios, desconfiados, tímidos y quejumbrosos con Dios. Mas si le consideramos como Padre amantísimo y cuidadoso de nuestro bien, y esta es la idea que en nosotros predomina, entonces desaparecen las quejas, el temor, la desconfianza, el interés, todo lo imperfecto; y el amor filial puro y desinteresado llena nuestros corazones, dando á nuestras obras un valor y un mérito que nos eleva y avecina á la esfera de los Santos. Bien sabía nuestro Divino Salvador cuánto nos convenía obrar de este modo, con espíritu de hijos; bien sabía cuán provechoso es para el alma estar do- minada por esa idea de la paternidad de Dios; y pa- ra fijar esa idea en nuestros entendimientos y para que no tuviéramos duda de esa verdad, en el solo ser- món de la montaña repitió catorce veces que Dios es nuestro Padre encareciendo otras tantas la bondad y clemencia de nuestro Padre Celestial, para animar nuestra confianza. Y como si esto fuera poco, nos en- cargó que en nuestras angustias y tribulaciones, en nuestras oraciones y súplicas, siempre que fuéramos á tratar con Dios y á pedirle alguna cosa, empezára- mos llamándole Padre nuestro, que estás en los cielos, para que esta dulce palabra despierte en nuestro co- razón sentimientos de hijos. El obrar así con espíritu de hijos, trae al alma bie- nes incalculables, porque esta luminosa idea de la pa- ternidad de Dios destruye en nosotros las tristes impresiones de este destierro miserable, de esta pere- grinación y lucha no interrumpida que forma el te- jido de la vida humana. Ella hace que miremos e! cas- eN TA a PP a TE Z dl Ñ A | | 'Ñ | ! |

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