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1385 demos hacerlo nosotros con un acto de amor de Dios: y ese acto de amor divino y los grados de gloria que con él se adquieren, podemos multiplicarlos cada día por el número de los latidos de nuestro corazón, ate- sorando de este modo méritos incalculables para la otra vida. Si lo hubiéramos hecho así, pocas Cosas habría hoy para nuestras almas tan consoladoras Co- mo esta. Uno de los recuerdos más dulces para un cristiano es el de haber cumplido con sus deberes, viviendo santamente, y 'empleando bien el tiempo. Dichosa el alma que al fin del año pueda decir con San Pablo: Bonum certamen certavi, cursum consuma- vi, fidem servav: (1). Yo he peleado valerosamente los combates del Señor, venciendo á los enemigos de mi alma. Yo he terminado el curso de este año santamen- te, amontonando méritos para la eternidad. Yo he guardado á Dios la fe debida, empleando mi enten- dimiento en conocerlo, mi corazón en amarlo, mi lengua en bendecirlo, mis potencias en glorificarlo, y mi cuerpo con. todos sus sentidos en ofrecerle sacrifi- cios de justicia, de penitencia y mortificación. ¿Hay satisfacción que pueda compararse con la que produ- cen estas palabras dichas con verdad? Yo por mi par- te, cara Teófila, confiésote que no; que no hay cosa más grata á mi memoria que el tiempo bien empleado, el fruto sacado de la oración, de los ejercicios de pie- dad, de las buenas obras, del retiro silencioso, de la frecuencia de los Sacramentos, de las privaciones voluntarias y de las prácticas devotas; porque todo ello deja en el alma un consuelo sin par ni semejanza aquí en el suelo. Mas, por el contrario, el tiempo mal empleado, necesariamente ha de producir remordimiento y tris- teza. Aquellas alegrías mundanas, aquellas fiestas y regocijos vanos, aquellos placeres mezclados de amargura, que forman las delicias de la juventud, (1) 1, Tim. 1v, 7.
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