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178 pectación para los pueblos!... yen ya á librarnos, y no quieras tardarte. ¡Oh Llave de David!... tú que abres y nadie cierra, cierras y nadie abre, ven y sa- ca de la cárcel del pecado al hombre cautivo! ¡Oh es- plendor de luz eterna y sol de justicia! ven y alum- bra á los que están sentados en las tinieblas y en las sombras de la muerte.¡Oh Rey de las gentes y desea- do de las naciones!... ven y salya al hombre que de la tierra formaste. ¡Oh Emmanmel, legislador y rey nuestro, esperanza de las gentes y Salvador de ellas! yen pronto á salvarnos, Dios y Señor nuestro. Con estas jaculatorias y otras parecidas que tu fervor te dicte, lograrás encender en tu alma vehementes de- seos de ver nacido en ella al Salyador del mundo. Pero no se te ha de ir todo el tiempo en eso, que- rida Teófila, sino que los deseos los has de reducir á la práctica, preparando un trajecito de santos afectos, muy adornado de virtudes, para vestir con él al Di- yino infante en su espiritual nacimiento. Haz de tu pecho un portalito limpio y hermoso, y aséalo como puedes figurarte que asearía el de Belén la Madre sacratísima con sus manos virginales. Mira que el Divino infante es hijo de una Virgen, y se llama á sí mismo Cordero que sólo se apacienta entre los lirios; y el lirio simboliza en el lenguaje bíblico á la pureza y á la castidad. Por tanto, el primer adorno de tu místico portalito ha de ser el amor de la pure- za, apartando lejos, muy lejos de tí, cuanto se oponga á esa virtud angelical. En dicho portal has de labrar un humilde pesebre para acostarlo y dormirlo, advir- tiendo que la blanda paja en que mejor reposa su sueño el Divino infante, son las del silencio, el retiro y la oración. Y como el tiempo en que nace es tan frío, justo será, cara Teófila, que calientes el porta- lito, encendiendo en él el fuego del amor divino; y ya sabes que este fuego no se enciende con otra leña que con la de la mortificación de los sentidos. Y ,en el rigor del invierno, en época de nieves y de ventis-