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169 sí aquella sublime lección que nos dió el Maestro del cielo en la cátedra de la cruz? Pero en fin, vengamos á ese fuego que te abrasa y á esas tinieblas que te cercan. Dime, Teófila, ¿has yis- to tú en algún tejar de qué modo cuecen las tejas? ¿Has estado alguna vez en las fábricas de porcelana ó loza fina cuando están encendidos los hornos? Has visto aquel humo tan negro y tan espeso que pasa por entre los platos; aquel encendimiento del fuego, y aquella semejanza del infierno? ¿Quién había de pen- sar que de allí saldrían los vasos limpios, fuertes y hermosos? ¿Quién no diría que la loza allí metida sal- dría negra como la pez de tanto humo, si acaso ho se convertía en ceniza con la violencia del fuego? Y sin embargo, acabado el humo y apagado el fuego, sacan de allí los vasos, no reducidos á ceniza ni tiznados del humo, sino hermosos y de muy distinto sér que cuando los metieron: porque allí los entraron blan- dos y quebradizos como barro seco, negros y sucios, sin lustre y sin hermosura; pero al sacarlos, salen du- ros como piedras, blancos como la nieve y limpios co- mo el cristal; que no los metió allí el alfarero para que se abrasaran ú se ennegrecieran, sino para que se cocieran, se purificaran y enblanquecieran. Pues aplí- cate el cuento, hermanita mía: que vaso de barro cru- do, inmundo y grosero eres tú, como todos los hijos de Eva, y Dios te ha metido en ese horno de fuego, no para tiznarte con el humo ni para reducirte á pa- yesa, sino para cocerte á fin de que luego seas útil en su divino servicio. El vaso de barro no.sirve para na- da cuando está por cocer, porque no puede conservar ni retener el licor que se le echa; pero después de cocido vale para todo, sin que se pierda el licor que en él se guarda. Así tú, hasta ahora, no has sido más que una vasija de barro crudo, inútil para todo, y por eso Nuestro Señor te está cociendo en el horno de la tribulación, para que le puedas servir. Ten, por lo tan- to, paciencia; sufre con resignación esos fuegos, esas