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167 Eso, según parece, es lo que el Señor ha hecho contigo, á juzgar por la turbación de espíritu que tu carta revela; y yo casi me resuelvo á creer que tus tribulaciones son muchas, puesto que ellas arrancan de tu pecho tan sublimes lamentos, que parece los has tomado de boca del afligido Job. Dices que te han cercado dolores de muerte, y que las sombras del in- fierno se han desencadenado sobre tí, como olas fu- riosas, que atemorizan al navegante con sus mugidos espantosos. No sabes lo que te pasa ni lo que será de tí. Tribulaciones de fuera y persecuciones de dentro; padecimientos en el cuerpo y negra tristeza en el alma; disgustos en la familia y olvido y desprecio en los seres más queridos; amargura de corazón y aflio- ciones de espíritu; tentaciones horribles, pesares sin cuento, y una desolación tan grande, y una sequedad tan atroz, y un desconsuelo tan intenso. y un aban- dono de Dios tan insufrible, que casi te crees conde- nada. ¡Pobre Teófila! Y como si todo ello fuera así, luchando con la desesperación y desconfiando ya de poder sacar á salvo la combatida navecilla de tu al- ma, me preguntas si habrá remedio para tí. ¿Pues no ha de haberlo? ¡Mujer de poca fe! (te diré yo como el Señorá San Pedro), mujer de poca fe, ¿por qué has dudado? ¿Por qué quieres convertir en ponzoña el remedio ordena- do por Dios para tu salud? ¿Por qué miras como cas- tigo lo que es una grande misericordia del Altísi- mo para con tu pobre alma? Porque en realidad de verdad, lo que Dios pretende con esas grandes tri- bulaciones interiores y exteriores que te envía, es que pagues aquí la pena de tus culpas pasadas, para no tener que pagarlas allá en el purgatorio; Ú puri- ficar ahora tu alma de su natural grosería con el fuego de la tribulación, para que así purificada y limpia, seas más digna de sus comunicaciones divinas y de sus consuelos celestiales; y tanto en un caso como en otro, eso es para tí una grande misericordia