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162 no reprendamos ásperamcnte los defectos ó faltas que veamos, sino más bien levantando la yista al cielo, y mostrando en el rostro una tristeza santa, como si nosotros siptiéramos el dolor que el otro no tiene de su propia culpa, ó como si hiciéramos un esfuerzo para amar al culpable á pesar de sus faltas, Todo aquel que así obra, es una especie de misionero que, sin saberlo, hace mucho por la gloria de Dios y porel bien de las almas, porque no hay inclina- ción tan mala, orgullo tan secreto, ni corazón tan duro, que no se rinda, ablande y enternezca con el roce continuo de una persona que lleva sobre sí esta mortificación de Cristo (1). La mortificación del egoísmo quiere decir todo lo contrario, y ésta la tienen aquellas almas devotas que afectan superioridad en su trato con los próji- mos; que miran con desdén todo lo que no halaga su amor propio; que están poseídas de un espíritu de crítica, que divierte por su agudeza é irrita por su malignidad; que hacen ciertas alusiones ofensivas que degeneran fácilmente en murmuración; que se singularizan, obligando á otros indiscretamenteá que oigan hablar de cosas buenas, lo cual los exacerba y los hace peores; que con sus modales ó sus mira- das reprenden ásperamente, sin tener obligación de hacerlo; que con su aire, con sus maneras y con su silencio cargante dan á conocer que están censurando á otros. Pocas cosas conozco yo más irritantes que esta última. Hay un silencio y unas miradas compa- sivas que edifican sin molestar; pero hay otro silen- cio y otras miradas que hieren y ofenden al prójimo, obligándole interiormente á ponerse en actitud de- fensiva. Tal silencio y tales miradas son la corrección más punzante y la censura más amarga que se pue- de hacer á una persona. ¡Cuán distinto de ese si- 1) Td. ad Cor.
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