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160 terior se conducen de tan mala manera, que ofenden á los que las observan, y mortifican, sin quererlo, á cuantos las tratan, desacreditando con su fastidiosa conducta la piedad y la virtud de que hacen pro- fesión. Con media hora de oración diaria, con una vez que se confiesan y comulgan por semana, y con alguna otra práctica de piedad que ejercitan durante el día, traen siempre las cosas fuera de orden, causan- do molestia á los demás, incomodando á la familia y siendo piedra de tropiezo para cuantos andan á su alrededor. Mientras que, por el contrario, conozco otras que, en igualdad de circunstancias y de re- laciones sociales que las primeras, tienen dos horas de oración diarias, cuatro ó cinco comuniones se- manales, algunas prácticas y ejercicios devotos en medio de sus quehaceres, y se dan tan buena traza que todo lo tienen en orden, á todos contentan, á todos procuran agradar, á nadie molestan y con san- ta industria esparcen á su alrededor el buen olor de Cristo, que dice el Apóstol (1). ¿Cuál es la causa de este contraste? Pues que éstas están llenas de dulzura espiritual y de mortificación verdadera, con lo cua] procuran no dar á nadie motivo, ni ocasión, ni si- quiera pretexto para indignarse por sus prácticas de piedad ó por el modo de hacerlas; y las otras despre- cian esas nimiedades, sin reparar siquiera que su de- voción puede ser molesta y causar grandes inconve- nientes á los que las tratan. Estas últimas buscarán acaso la causa desu poco aprovechamiento dentro de sí, examinándose interiormente; pero la causa que buscan no está dentro, sino fuera, en su mal porte exterior, en la tirantéz ó descuido de sus relaciones con los demás, en no ser mortificadas con la mortif- cación de Jesús. La única vez que el Apóstol emplea en sus epís- tolas la palabra mortificación, la emplea para decir (1) H Cor., 11, 15.
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