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136 vidas de los Santos pasas á los escritos de los Sa ntos? Si te llena de satisfacción y consuelo un rato de con- versación con un alma virtuosa, ¡cuánto más te lle- naráel conversar largamente con un Santo! Porque en hecho de verdad, ¿qué es tomar en las manos el libro de un Santo para leerlo, sino sentarnos ¿4 sus pies para tener con él un rato de grata conver- sación? Pues según esto, bien puedes un día ponerte á conversar con la inspirada Doctora del Carmelo, con la simpática Santa Teresa de Jesús, para apren- der lo que ella te diga; y otro día pasarte á la celda de San Juan de la Cruz y hablar con él cosas del cielo; y al día siguiente te vas con San Ignacio de Loyola ó con el Cicerón español, ó con cualquiera otro Santo de tu gusto; y sl fueres aficionada á tra- tar con gente alta, puedes trabar amistades con San Agustín ó con el Crisóstomo, ó con el Apóstol San Juan en persona, y aun con el mismo San Pedro; y si te parece esto poco, puedes ocupar el lugar de la Magdalena, y sentada á los pies de Cristo, escuchar las palabras que brotan de sus divinos labios, porque todos los libros de las Santas Escrituras son palabra de Dios. ¿Y sería posible que tratando con tan san- tos personajes, no se te pegara algo de ellos? ¿Y se- ría posible que comunicándote mucho con esos Doc- tores y Maestros dela Iglesia, no aprendieras de ellos á ser buena y fervorosa? ¿Quién no sintió el calor cerca del fuego? ¿quién trató con Santos y no mejoró con ese trato? ¿quién leyó sus escritos y no se sintió iluminado y lleno de ardentísimos afectos? Mas para sacar de la lectura estos provechos, no basta leer simplemente; es preciso leer bien: y leer bien quiere decir leer despacio, con reflexión, ru- miando las palabras y atesorando en la memoria las sentencias más notables y los pensamientos más pro- vechosos, para detenernos después en ellos. Porque así como el comer no lo hacemos por pasar aquel rato comiendo, sino para alimentarnos, sacando de la co-

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