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130 que el Maestro de las sentencias, y con sus argumen.- tos te enredará. Final: te acobardes ni te entristezcas, porque el yalor y la alegría juntos con el desprecio son armas invenei bles, contra las cuales no ha conseguido todavía el demonio ni una sola victoria. La confianza en Dios, la oración, la mortificación y el huir de los peligros, son también medios que nunca debemos olvidar Tampoco debemos hablar con nadie de nuestras ten- nente, por ninguna tentación taciones, porque eso sería darles pábulo, y acaso, acaso, pegárselas á otros. Sólo á nuestro director de: bemos comunicárselas con sinceridad para hacer le que él nos diga, quedándonos tranquilos, aunque él las desprecie y no les dé importancia alguna. A veces basta manifestar la tentación al director con la humildad debida, para que desaparezca por completo; porque, como para manifestar ciertas ten- taciones hay que hacer un sacrificio de humillación. y esta clase de sacrificios es á Dios tan grata, suele El recompensarlos calmando el ánimo turbado. y ale- jando de él la tentación. Aquí será bien adyertirte que no conviene pelear del mismo modo con todas las tentaciones. A unas es preciso batirlas de frente; á otras conviene hacerles guerra de nn modo indirecto, y á no pocas, sólo po- demos vencerlas, batiéndonos en retirada. Las tenta- ciones de blasfemias, las que versan contra la f6 6 contra la castidad, hay que combatirlas siempre de este último modo. Nunca debemos luchar de frente con ellas, porque su vista es tal, que si nos detene- mos á mirarlas, nos infunden pavor, este pavor debi- lita nuestras fuerzas, y esto nos hace más duro, largo y fatigoso el combate. Para no verte, pues, atormen- tada con la incertidumbre de la victoria, debes em- plear contra esas tentaciones el arma del desprecio, luchando con ellas en la forma ya mencionada. No así has de hacerlo con las demás tentaciones, con las cuales es preciso luchar brazo á brazo y frente
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