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129 El sentir no es consentir, el pensar mal no es querer, consentimiento ha de haber junto con el advertir: mal puedo yo consentir la tentación que no advierto, y aunque soñando ó despierto esté, si no quiero el mal que no hay pe sado 1 puedo estar seguro El consentimiento de la voluntad es un elemento necesario para constituir peca do; y sl aquel consenti- miento falta, nunca habrá culpa formal y verdade- ra. Para estose necesita que la voluntad quiera el mal, ya sea en sí, ya en sus causas, poniéndose en pe- grs 6 dando motivo para que la tentación la solici- . Por eso son dignas de reprensión aquellas perso- nas que con su disipación y la libertad de sus senti- dos atraen sobre sí esa clase de tentaciones. En vez de ser, como la Esposa de los Cantares, un huerto cerra- do, son todo lo contrario; una ciudad abierta donde entra y sale todo el que le da la gana. Ven salir de su corazón afectos desordenados, y ni siquiera les preguntan á dónde van: entran en su cabeza pensa- mientos malos, y ni siquiera les piden el pasaporte. ¿Qué se sigue de aquí? que caen en la tibieza, se fa- miliarizan con la tentación, y no pueden ya esgri- mir contra ella el arma poderosa del desprecio, Estas almas bien pueden temer, porque viven sin temor; pero no las otras que son temerosas, porque escrito está: «El temor de - Dios expele y rechaza al peca- do (1).» Lo dicho de la tentación impura debes aplicarlo á la de blasiemia y á las tentaciones contra la fe: el des- precio, y nada más que el desprecio, sin pararte á dis- putar con el enemigo, porque él sabe más teologíe
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