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128 Pasada la tentación, no te pongas á pensar cómo vino, ni cuanto tiempo duró; ni disputes contigo misma si consentiste Óó no consentiste, si te aradó ó no, porque este pensamiento podría hacerte mayor mal que la tentación misma: por eso, el recuerde de la tentación debes tratarlo con el mismo desprecio que la tentación, y más todavía, si es recuerdo de cosa soñada. En estas vosas, dejarse llevar de la curio- sidad, investigando la causa ó el modo, es ponerse á peligro de pecar; contra ese peligro no hay más que un remedio eficaz: el desprecio formal de cuanto hue- la áimpureza. Cuando te veas en lo más fuerte de esa lucha, conviene recordar que la tentación por sí sola no es falta ninguna; que, lejos de serlo, es una buena señal, como te probé en otra ocasión; y que ella por sí sola nunca puede probar que el alma se halle en mal estado. Estas son verdades axiomáticas en la vida espiritual; y á pesar de eso, hay almas tercas que se atormentan á sí propias, creyéndose en pecado, porque son tentadas, ó juzgándose en des- gracia de Dios, porque perciben la sensación y el deleite que algunas tentaciones traen consigo. Es preciso decirlo muy alto, para que se enteren esas pobrecillas: en nada de eso hay pecado. Somos, si se me permite la frase, como un piano con que el diablo se entretiene, y nosotros no podemos evitar que él ponga el dedo en la tecla que quiera, y haga sonar la nota correspondiente. En esto no hay falta. No hay pecado ninguno en sentir el contacto del dedo infer- nal, nien oir la nota por él producida: el pecado es- taría en pararse á escuchar con gusto su mortífero sonido, ó en dar motivo al demonio para que lo pro- duzca. Aquí viene como de molde la celebrada décima de nuestro P. Manuel de Jaén, que deseo encomién- des á la memoria, para que te sirva de regla en los casos dudosos. Dice así:
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