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127 y vengamos á la tuya, que es la que necesita saber cómo ha de portarse en esta turba de pensamientos malos y tentaciones feas qua la combaten. Personas conozco yo, que cuando sienten una ten- tación de esas, cierran los ojos, arrugan la frente, tuercen el gesto, aprietan los puños y mueven la ca- beza á un lado y otro, diciendo con ella y aun con los labios, que no! que no quieren aquello. Demás está el decirte que todo ese aparato exterior es inútil, y que esa manera de pelear con la tentación sólo sirve para excitar la risa de quien lo ve. Conozco otras que, cuando se ven tentadas contra la misma pureza, -se ponen ú% considerar la vileza de ese pecado, la infa mia y deshonor que le acompañan, el remordimiento que deja y las tristes consecuencias que trae consigo; y hasta recuerdo haber visto aconsejado esto en al- gún libro devoto. Errado método de combatir la tentación es éste, y que casi nunca da el resultado apetecido. La mejor manera de vencer esas tentacio- nes, es despreciarlas, no hacerles caso, ni darles im- portancia alguna. El meditar en los novísimos ó en la Pasión de Jesucristo, acogernos á sus llagas, es- condernos bajo el manto de nuestra Madre Inmacu- lada, ó acudir al ángel de nuestra guarda, buenos remedios son; pero no siempre aprovechan, porque la malicia del demonio y nuestra exaltada fantasía, convierten esos purísimos objetos en incentivos de la tentación, representándolos en formas horribles y escandalosas. El remedio que nunca falla, es mirar la tentación con un desprecio soberano, sin hacer caso de ella, como si fuera cosa que pasa muy lejos de nos- otros y con la cual nada tenemos que ver. Y cuando la representación torpe es tan viva, que no podemos arrancarla de la cabeza, entonces debemos distraer la mente á otra cosa, fijarla en algún objeto que nos llame mucho la atención, como un dibujo, un bordado, algún problema, sin dejar por eso de levantar el co- razón á Dios, de quien nos ha de venir la victoria.