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126 tentar á ningún alma que está en gracia, sin que Dios se lo permita, y le prescriba antes las condicio- nes de la tentación. El conoce la debilidad del alma: mide los grados de gracia que necesita para vencer: contempla 108 peligros en que ha de verse; prevé todas las consecuencias de la tentación; señala el mérito que con ella ha de adquirirse; marca al ene- migo las fuerzas que ha de desplegar en el combate, fuerzas que son siempre inferiores á las del alma: aparta á un lado la corona que ha de dar al alma victoriosa, y hasta que todo esto no está hecho. no empieza la tentación, siendo lo más notable que, mientras ella dura, Dios anda muy solícito, comba- tiendo por nosotros para que no seamos vencidos, si no queremos serlo. Señor (le dijo una vez Santa Catalina á Jesucristo, después de una tentación horrible que la dejó toda turbada): Señor, ¿dónde estabas tú cuando yo era tentada?—A tu lado, hija mía, ayudándote á ganar esta corona. Tal fué la con- testación que le devolyió el amorosísimo Redentor de las almas. Esta doctrina explica hasta cierto punto, por qué el camino de las tentaciones es uno de los caminos especiales por donde Dios conduce á las almas esco- gidas. Conviene decírtelo aquí, para curarte de es- pantos: hay almas que para llegar á la santidad, no han tenido ni tendrán otro sendero que el de las tentaciones: este es su único camino. Pasan las pobre- cillas por entre torbellinos de tentaciones, y esos tor- bellinos se suceden unos á otros, como las olas de un mar borrascoso, y cada una de esas olas borrascosas es más horrible y espantosa que la que le precedió. Pero como esas almas son pocas y tú no perteneces á su número; como ese camino es extraordinario y tú no vas por él, no hay para qué decirte lo queen él se pasa. Dejemos, pues, á esas almas, que no sé como llamarlas, si dichosas 6 pobrecillas; dejemos á esas almas, ya que no me he propuesto escribir para ellas,

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