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A 119 Quita el combate, y por el mismo hecho habrás qui- tado también la victoria, y el galardón que esta merece. Suprime, en fin, las tentaciones en la vida espirituál, y habrás suprimido para el alma la gra- cia, el mérito y la gloria. ¿Comprendes ahora la ne- cedad de tus quejas? ¿Conoces cuán falsa idea te habías forjado de la naturaleza de las tentaciones? Aquí me puedes objetar que tus quejas son porque temes caer, porque desconfías poder triunfar: y á esto respondo, que el temor es justo y bueno: pero la desconfianza injusta y ofensiva para Dios, que nos ha prometido no consentir jamás que las fuerzas de la tentación sean mayores que las de su gracia; (1), de modo que el que es vencido es por cobardía, porque quiere dejarse vencer y nada más. Si la gene- ralidad de las almas piadosas tuvieran bien medita- das estas verdades (que son de fe), no estarían los confesonarios tan sitiados de personas quejumbrosas que atormentan los oidos á los pobres confesores con sus vanos é inútiles lamentos; y si tú te hubieras afianzado mejor en esta doctrina, tampoco tendría yo motivo de reprenderte, para animarte. ¿Has olvidado acaso que nuestra vida sobre la tierra es una lucha continua? ¿Ignoras que la pobre alma se halla aquí rodeada de tres capitales enemigos, mundo, demonio y carne? ¿No sabes que los asaltos de estos enemigos son ordenados por Dios para tu victoria y tu corona? Pues entonces, ¿por qué rehuyes el combate? ¿Por qué te extraña la lucha? ¿Por qué te quejas de ella tan sin razón? Conocida así la naturaleza y objeto de las tentacio- nes, nos resta conocer todavía su importancia y su valor. El Espíritu Santo hace dos veces en la Escri- tura Sagrada esta misteriosa pregunta: El que no ha sido tentado, ¿qué es lo quesabe? Yo no sé la respuesta que tú darías á esta pregunta; pero aten- a (1) -1.* Cor. x, 18;
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