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114 ruido delas armas, salió ladrando el perro de San Roque; las aves del Serafín de Asís se espantaron, y el corderito de Inés dió un salto tan grande, que 4 poco más la derriba al suelo. San Juan de la Cruz y sus compañeros leyantaron la cabeza, y viendo su quietud interrumpida, se pusieron á criticar la ac- ción de aquellos santos guerreros, ¡ue ni siquiera respetaban el siliencio de la oración; pero Santa Tere- sa, que estaba presente, soltó la carcajada y riéndose de todos, comenzó á cantar el «Nada te turbe, nada te espante.» En esto llegó San Fernando á la biblio- teca donde estaban los Doctores, y gritaba, dejad la ociosa pluma, tomad la espada, y venid á defender la religión de Cristo perseguida por Mahoma.—No hemos nacido para eso, sino para esto, respondió por todos Alberto Magno; y al mismo tiempo roga- ba á San Francisco Solano que le copiara unas cuan- tas sentencias de San Aygustín.— ¡Imposible, imposi- ble! contestó; me aguardan los indios del Perú para recibir el bautismo; ahí están los anacoretas que no tienen otro quehacer.—¡No servimos para eso! gritó un solitario: sacándonos de la oración no servi- mos para más.—Pues más valdría que no perdiérais el tiempo inútilmente; y viniérais á ayudarme, dijo á su vez San Vicente de Paul, algo inquieto porque le llamaban á un mismo tiempo tres enfermos y NO Sa- bía á cual de ellos atender. Finalmente, no sé en qué hubiera parado aquello, si el Apóstol San Pablo no hubiera cid enla ndo: ¡Orden, hermanosmíos! No olvidéis que cada uno ha recibido del cielo su propio don, unos de una manera y otros de otra. En el reino de los cielos hay muchas moradas, y en ca- da una se entra por una puerta. Estas palabras las dijo el Apóstol con voz tan alta que me despertó; y la verdad, me alegré de ello, por- que si el sueño sigue adelante, los Santos, que ya no se entendían, hubieran acabado por reñir y perder la santidad. Este sueño será todo lo extravagante que

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