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97 la carne nos hanpuesto en las puertas del infierno? ¿Cuántas veces nos han solicitado paraque ofendamos á Dios y nos condenemos? Y. á vista de esos males ho- rribles que este enemigo causarnos quiere, ¿no se nos liena el pecho de santa Indignación para que tomemos de éljusta venganza? Esa indignación y ese coraje santo debiéramos tener todos los cristianos, á imita- ción de San Pablo que decía: «Siento en mis miembros una ley contraria á la ley de mi espíritu, y para que éstezno sea esclavo de mi carne corruptible, peleo.con valor, no como quien da golpes al aire, sino castigan- do mi cuerpo y reduciéndolo á servidumbre.» Casti- go corpus meum... (1). Este castigo, esta mortificación de que habla el Apóstol, tiene en sí algo de ennoblecedor y divino, que engrandece al hombre quela practica. Porque la mortificación no, es más que una privación ó un dolor libremente aceptado; y este dolor es en el hombre la medida radical de su grandeza, porque no hay grandeza sin sacrificio, y el sacrificio no es más que un dolor ó una privación aceptada de buena voluntad. El mundo entero ha conocido siempre en el dolor una virtud purificante y ennoblecedora; al paso que en los placeres vió siempre algo envilecedor y enervante: por eso llamó siempre héroes á los hijos del sacrificio, y mónstruos de disolución á los hijos del deleite. La mortificación tiene además la virtud admirable de poner al hombre en perfecto equilibrio, dándole lo que le falta, y quitándole lo que le sobra. Por eso vemos que nunca la practica el soberbio sin hacerse humilde, el iracundo sin hacerse manso, el avaro sin hacerse limosnero, el voluptuoso sin ha- cerse casto, el impío sin hacerse devoto, ni el devoto sin hacerse justo. Esto consiste en que la mortifica- ción apaga ó mitiga el fuego de las pasiones, y qui- tándoles la dirección carnal que degrada al hombre, (1) 1. Cor. 1x, 16.

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