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86 vida, ni te permitiría hacerlo, atendida tu corta edad, sino después de haberte probado, y de haberme per- suadido que era inspiración del cielo. Por eso te en- cargo que antes de tomar una resolución que decida de tu porvenir, antes de emitir ese voto de virgin1- dad, ores mucho, le encomiendes á Dios, y le consul- tes con un Director muy prudente, que si lo es, no te permitirá fácilmente hacerlo perpetuo, sino por un tiempo determinado; y cumplido que sea, lo puedes renovar una y otra vez. El hacerlo de este modo, trae consigo todas las ventajas del voto perpetuo sin ninguno de sus inconvenientes; queno son pocos los que suelen surgir áun alma, cuando toma la gallar- da resolución de sertoda de Dios, despreciando los insulsos placeres de la vida. El matrimonio, ha dicho un Santo, puebla la tie- rra, mas la virginidad puebla el cielo; y como el demo- nio sabe que esta es gran verdad, apenas ve en un al- ma el propósito de mantenerse virgen, levanta contra ella tremendas borrascas para derribarla ó hacerla desistir. Edificantes historias, que omito por breve- dad, pudiera referirte á este propósito; mas dejando á un lado ejemplos de actualidad, por lo poco conocidos, fíjate en cualquiera de las heroínas, vírgenes y .már- tires que celebra la Iglesia. Mira á Lucía, Inés, Ca- talina, Agueda ó á cualquiera otra, y verás cuanto pasaron por conservarla pureza ¿integridad de cuer- po y alma; péro ¡cuán dichosa fué su resolución! ¡cuán provechosos sus padecimientos! Vivieron acá con tra- bajos y persecuciones pero ahora reinan con Cristo para siempre. Padecieron aquí, lucharon y vencieron; y ahora gozan allá la corona y la gloria de su triun- fo. Huyeron los esposos de la tierra, que sólo podían proporcionarles cortos días de fugitivo placer, y aho- ra gozan para siempre la envidiable presencia, las inefables delicias del Esposo del cielo. Si hubieran se- guido el partido del mundo, ya sus goces fueran pa- sados, y su memoria puesta en olvido sempiterno;