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SU no. El director que se me quejara porque yo consul- taba mis dudas con otro, el que me prohibiera acon- sejarme ó comunicar mi espíritu con un Padre doe- to y esperimentado, me daría á entender con eso, que no procura simplemente la gloria de Dios y el bien de mi alma; y de tal director no la fiaría más: lo dejaría presto. Esos pobres directores que se resien- ten porque sus dirigidos consultan á otros, y les pro- hiben hacerlo, unas veces me inspiran compasión, otras-me dan lástima, y no pocas me dan asco. Por- queuna de dos: con la dirección pretendemos ó no pretendemos llevar las almas á-Dios; si no pretende- mos eso, dejemos de dirigir: y si lo pretendemos, ¿creémos ser el único canal por donde Dios de- rrame sus gracias sobre aquella alma? Esto me pare- ce mucha soberbia, mucha ceguedad; eso sería desco- nocer por completo la esencia de la vida espiritual y la naturaleza misma de la dirección, pues én ella de- be entrar como primer elemento la santa libertad de espíritu. Yo repruebo con todo mi corazón la conduc- ta de aquellas personas que, sin tener director fijo, van de uno en otro, cambiando las prácticas de ayer por las. de hoy, y formando un plan nuevo cada día. Estas personas son incapaces é indigenas de uná di- rección vigorosa y elevada; pero entre ellas y el des- potismo de algunos directores, hay un justo medio en el cual debemos parar. La dirección y el director no tienen más objetos que llevarnos á Dios, haciéndonos santos; y desdeel momento que dejen de ser útiles para esto, él nos debe enviar á ótro guía, y nosotros debemos dejar su dirección, agradeciéndole siempre el bien que nos hizo. Voy á terminar ésta con un punto muy importan- te y que trae atormentadas 4 muchas almas: hablo del cariño que ellas tienen á sus directores. Si este ca- riño no es del todo Puro, y si él no busca únicamen- te la santificación de aquella alma, sino que ya enca- minado á alguna vanidad, mezclando .en. la direc-
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