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78 LA VIDA RELIGIOSA se quedaron cortos. Y si no, hagamos la prueba. Imagi- nemos un hombre que hubiera trabajado por la gloria de Dios tanto como todos los apóstoles, que hubiera su- frido por su amor tanto como todos los mártires, que reuniera en sí la pureza de todos los vírgenes y los va- liosos servicios que han hecho á Dios todos los santos; este hombre con tantos méritos y tantos servicios ¿pa- garía superabundantemente la deuda contraída con Dios? ¡Nó, de ningún modo! Él, como todos los demás, se vería obligado á exclamar: Siervo inutil soy; no hice más que lo que debía. Ese hombre con tantos trabajos, tantos sufrimientos, y tanta santidad, no sería más que un justo, es decir, un hombre que ha llenado un deber de justicia. Pues, si tantísimo debemos á Dios, que es imposible pagarle, ¿qué hacen en el mundo esos cristia- nos ingratos que no se cuidan siquiera de pagar á su divino Acreedor una partecita de la deuda? Y ¿qué ha- cen en el claustro esos religiosos tibios ó relajados que creen hacer mucho por Dios, mortificándose un poco, nada, una miseria, y cumpliendo mal con las prácticas de la vida religiosa? ¿Qué hacen esos religiosos que rompen y quebrantan los sacrosantos lazos que con Dios los unían? ¿Cómo pueden llamarse religiosos los que rompen ó desatan las ligaduras que los tenían co- mo atados y unidos ásu Hacedor? ¿Cómo no se le cae la cara de vergúenza á la persona que se oye llamar relí- gioso ó religiosa, y ve que no está religada, ni ligada 4 Dios por los vínculos sobrenaturales, sino desligada por la culpa, que rompe los preciosos lazos que con su Dios le unían? Una de dos; ó ser religioso, ó dejar cse nombre; ó vivir religiosamente ó no engañar al mundo, llamándose lo que no es; y digo al mundo, porque á Dios no se le engaña, y ante sus ojos no es religioso el que está de Él desligado, por haber roto los vínculos que á Él le unían.
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