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76 LA VIDA RELIGIOSA pasiones parece que han descendido de la esfera de los seres inteligentes y racionales, puesto que niegan al Creador el culto y homenaje que le son debidos, con- culcando así los sacratisimos deberes de la justicia y los más claros principios de la razón. Hay otra clase de personas tan numerosa como la anterior, que conocen á Dios, le tienen por Padre y no le niegan en teoría los derechos que sobre ellas tiene; mas ¡ay! que en la práctica esas personas se acuerdan muy poco de Dios, le escatiman y regatean «sus dere- chos, y le rinden vasallaje puramente externo ó puco menos, culto de simple ceremonia, que no llega muchas veces á satisfacer la deuda de estricta justicia que con Dios tenemos contraída; y éstos que así se portan, son, con raras excepciones, los que pasan en el mundo por buenos cristianos. Hay, por último, otra clase de per- sonas escogidas, que penetradas del fin de su creación y del objeto con que Dios las ha colocado en este mun- do, sacan las consecuencias prácticas de estos lumino- sos principios, ponen por la primera de sus obligaciones la de servir á Dios, y le dan el culto que Él merece y que nosotros le debemos por infinitos títulos. A este último número pertenecen los religiosos, que por su estado se obligan á realizar perfectamente en sí mismos la definición de la virtud de la religión; y cuando ellos son efectivamente tales cual su nombre indica y su profesión requiere, entonces son objetos de complacen- cia para Dios; son pueblo suyo, y gente santa, en frase del apóstol San Pedro. Partiendo, pues, de este principio, examinemos ahora por partes la deuda sagrada que con Dios tene- mos. Aute todo, el hombre debe á Dios el eulto sobera- no de latría que es propio únicamente del Dios vivo y verdadero. En segundo lugar, le debemos obediencia formal de todo lo que exige de nosotros, en todo lo que
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