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Ó CARTAS Á SOR MARGARITA 76 le; con esa luz distinguen prácticamente que Dios es nuestro primer principio y último fin; ven en El el cen- tro de la felicidad y dicha eterna; vislumbran en la divina esencia el foco del amor inextinguible; se sien: ten atraídos de un modo extraordinario hacia ese abis- mo de bondad: y para no separarse nunca de ese bien inefable, doblan y redoblan los lazos, no se contentan con esos vínculos generales que unen con Dios á todos los Cristianos; quieren estar más estrechamente unidos á su Dios; y lo abandonan todo, y se ligan y religan con un lazo y otro lazo, con un voto y otro voto, vi: niendo á ser llamados por esta razón con el nombre de religiosos, nombre que designa á la persona que lo lleva, como ejemplar y modelo de la virtud de la Re- ligión. La religión, pues, como denota la palabra por sí misma, es ó debe ser la virtud propia, la gran virtud del religioso; y de aquí la necesidad que él tiene de co- nocer á fondo esa virtud con cuanto á ella se refiere. Según Santo Tomás, la religión es la virtud que rinde á Dios el culto que se le debe, como á primer principio de todas las cosas; culto que cae bajo la razón de deu- da y de justicia, porque esta virtud manda dar á cada uno lo suyo. Mirada la religión desde este punto de vista, es la primera de las virtudes morales, con la cual se paga á Dios la inmensa deuda de gratitud que tene- mos contraída con Él, por ser nuestro Creador, nuestro Conservador, nuestro Redentor, nuestro Salvador, nuestro Justificador, y nuestro Glorificador. Pero, ¡Qy! ¡cuán mal pagan los cristianos esta deuda! ¡qué poco y qué mal se practica hoy en el mundo esta virtud de la religión! Hombres hay tan desagradecidos que olvidan y desconocen los beneficios de Dios, 6 conociéndolos, ofenden ásu Hacedor, con la más fea y más horrible de las ingratitudes; hombres que, ofuscados por las

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