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68 LA VIDA RELIGIOSA y en su orgullosa ignorancia no ha- sabido distinguir lo que afecta a1 hombre intrínsecamente, de lo que extrínsecamente le afecta, confundiendo lo estable con lo pasajero, lo permanente con lo accidental y tran- sitorio. El estado religioso no es ni puede ser un oficio ni un empleo; como el empleo, el oficio, la dignidad ó el cargo que ejerce una persona no puede ser, ni es estado, puesto que puede tomarse y dejarse, quitarse y ponerse sin variar la condición de la persona. No acontece así en el estado, cuyo carácter es la estabili- dad y la permanencia en un mismo modo de ser, de tal suerte, que el que se casa, casado es, mientras le viva el consorte; y el que profesa en una Orden religiosa, religioso es mientras su profesión exista y le tenga li- gado en místicos desposorios con el Cordero Divino. Esa forma ó manera de vida ha de ser aprobada por la Iglesia para que revista el carácter de estado reli- gioso, porque solamente la Iglesia puede juzgar con acierto si una forma de vida realmente es ó no es con- forme á la perfección evangélica: sólo ella puede cons- tituir Ordenes religiosas, confirmar sus estatutos, san- cionar sus poderes y establecer su jerarquía y régimen interno. La persona que deja el mundo y abraza la vida religiosa con el fin de santificarse, es preciso que tenga seguridad de haber emprendido el camino recto y verdadero; es necesario, si no quiere errar, que una autoridad infalible le garantice la legitimidad y efica- cia de los medios para obtener el fin que pretende; y esa autoridad no la tiene ningún hombre como hombre, aunque sea santo y haga milagros, porque la infali- bilidad es nota característica de Cristo y de su Iglesia, y no puede hallarse nunca en el hombre particular, del cual está escrito que es falible y mentiroso: omnis homo mendax. Además, la profesión religiosa es una donación especial que el cristiano hace á Dios de su

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