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A er A 61 LA VIDA RELIGIOSA ellos habitaron con El en la cueva del nacimiento, y nosotros aquí en su palacio; ellos finalmente, se llena- ron de gozo, al llegar al portalito; y nuestras almas se llenaron de tanto júbilo, al entrar en la casa de Dios, que nos fué preciso desahogar el corazón, exclamando con el Profeta: Esta es mi morada y la mansión de mi descanso; aquí habitaré por los siglos de los siglos. Me parece, querida Margarita, que te oigo decir: Mi dicha sería colmada, y mi semejanza con los Magos completa, si yo pudiera como ellos estrechar al niño Jesús en mi regazo, cubriéndolo de caricias y besos; pero si esto dices ó esto piensas, permíteme que te acuse de tener poca fe. Pues qué! ¿No comulgas todos los dias ? ¿No recibes á4 Jesús en tu pecho? ¿No lo abra- zas sobre tu corazón? ¿A qué, pues, envidiar una dicha que nosotros poseemos? Y no solamente poseemos esa dicha, sino que aventajamos á los Santos Reyes. Ellos después de adorar al Niño se volvieron á sus tierras; y nosotros, más afortunados que ellos, nos quedamos aquí para siempre en compañía de nuestro Dios. Mas ¡ay! ¡ojalá que así como nos quedamos con el cuerpo, nos quedáramos también con el espiritu! ¡Ojalá que nunca nos hubiéramos separado de nuestro dulce Je- sús! ¡Pero, Dios mio! ¡Cuántas pequeñas separaciones! ¡Cuántas infidelidades! ¡Cuántas faltas! ¡Qué ingratos hemos sido! ¡Dispénsanos, Dueño amado, que desde hoy en adelante hemos de serte muy fieles, la misma fidelidad! Sí, Margarita; es preciso que comencemos de nue- vo: es menester ser más agradecidos; es necesario ser más santos, desde hoy mismo; año nuevo y vida nueva. Vamos á trabajar á porfía, á ver en este año quién es más fiel á Dios, y quién le amará más. Si no le amamos mucho, bien se puede decir que no tenemos dignidad, porque los favores que Dios nos ha hecho, no son para ió

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