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62 , LA VIDA RELIGIOSA dadanos. Unos se rejan de su credulidad, otros los mi- raban con lástima; aquéllos los tenían por fanáticos, y los de más aliá hacían mofa de su piedad. ¿Nó sucedió lo mismo con nosotros, cuando intentamos poner por obra nuestra vocación? Cuando empezamos á seguir la estrella que interiormente nos iluminaba, ¿nó tuvimos que sufrir las burlas de unos, el desprecio de otros y la compasión de los que más nos querían? Pues, ¿quién podrá contar los obstáculos que tuvimos que vencer y las dificultades que superar? Cartas, viajes, ruégos, promesas, desvelos, trabajos, insomnios y... ¿Quién sa- be lo que nos costó seguir el camino y llegar á este her- moso Belén en que nos hallamos? Y para que ningún rasgo de semejanza nos falte con los Santos Reyes, tal vez desapareció la estrella cuando más falta nos hacía, como á ellos les aconteció. Al Hlegar á Jerusalén, se distraen un momento contem- plando su grandeza, escuchando el alegre bullicio de los ciudadanos; y cuando vinieron 4 mirar se encon- traron sin la estrella. También nosotros nos entretuvi- mos alguna vez en fiestas profanas, en dias de asueto, en diversiones del mundo, y cuando vinimos 4 perca- tarnos, el corazón se nos había aficionado á las cosas del siglo y nos hallamos vacilantes y perplejos, porque la estrella de la vocación habia desaparecido. Quizás hubo un momento en que creimos ver cerca el logro de nuestros deseos, como los Magos al entrar en Jerusa- lén, donde pensaron hallar al Mesías: pero ¡ay! nos pa- só como á ellos! sufrimos un desengaño, cayeron por tierra nuestros planes, se deshicieron nuestros traba- jos, como la sal en el agua, y creiamos haberlo perdido todo, haberse frustado nuestros deseos y ser imposible ya la entrada en Religión. ¿Qué hicimos entonces? Nos dirigimos, como los Magos, á los escribas y docto- res de la ley, á los ministros del Señor, preguntando
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