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A Ó CARTAS Á SOR MARGARITA 51 apuros; sino al contrario, confiar siempre en Él y con- solarnos con el pensamiento de que El nos mira, y tra- bajamos por su gloria, y Él se complace en nuestros trabajos, y nos lo pagará todo junto con creces y con ganancias. A buen amo servimos; Él nos recompensará según nuestro trabajo y no según las flores que dé el jardin; y si Élse contenta de verlo sec o,y á mi fati- gado, yo me contentaré de mi fatiga y de la sequedad de mi huerto, porque eso le dará tanta gloria á Él, € mo provecho á mi alma. El apóstol S. Pablo es quien nos enseñó esta doctrina celestial, cuando dijo: De buena gana me holgaré en mis humillaciones y trabajos, para que more en mi la virtud de Cristo. Y en otra oca- sión pidió él tres veces al Cielo que le librara de un terrible contratiempo que padecia el jardín de su alma, y le contestó nuestro Señor: Te basta mi gracia, porque la virtud se perfecciona con los trabajos y humillaciones. Estos trabajos vienen muy frecuentemente, sobre todo en los principios, pues entonces hay que desmon- tar el terreno y labrarlo bien para plantar el jardin; hay que regar á fuerza de brazos los semilleros y las primeras plantas que lo han de hermosear. Tras esto viene el riego de noria que ya es menos trabajoso, y luego el de acequias que da más placer, y por último la lluvia del cielo, que lo riega sin trabajo; pero cuan- do nos falta esto último, es preciso volver á lo anterior, para tener siempre en el huerto flores y frutos con que convidar á nuestro Señor. Y si vemos que las flores se : ! marchitan ó los árboles se agostan, hagámoselo presen- te á Él para que remedie nuestros males. Yo conozco á una persona, que á imitación de San- ta Teresa, considera su alma como jardín del Amado, y en los días de comunión lo toma á éste de la mano, y le invita á pasear por aquél, hablándole en esta forma: Ven, Amado mio, ven á tu jardín, y con la mirada de nit PE

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