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Ó CARTAS Á SOR MARGARITA 43 Cuando la joven necia volvió á él, halló marchitas las flores, agostadas las plantas y seco el vergel de sus amores. Lloró, gimió y se echó en cara el no haber he- cho caso de aquellas piedrecitas, pero todo inutil; ya era tarde. Acudió á quitarlas, y las aguas que habían carcomido el terreno, habian también destrozado el acueducto, corrían hacia lo bajo, y cada vez se aparta- ban más del jardín que tantas veces fertilizaron. Pero no fué esto lo más amargo para la pobre niña, sino que estando en esa faena llegó su Amado, que era el dueño de la fuente, le afeó su conducta, le reprendió su pe- reza, y la zahirió, preguntándole qué había hecho del agua de su fuente y de las flores que con ella se rega- ban. No pudo responder la infeliz más que con su llan- to, y por no haber sacado con tiempo aquellas piedras que impedían el curso del agua, tuvo que formarle nue- vo cauce, y plantar otra vez su jardín, estando entre tanto privada de la vista y de las caricias del Amado de su corazón. Esto que te acabo de contar, si bien lo entiendes, verás que no es, sino la historia intima de muchas reli: giosas. El alma consagrada á Dios es la dueña del más hermoso de los jardines, del jardín misterioso é inte- rior, que llama la Escritura huerto cerrado. Las flores que en él se crían son las de las virtudes, cuyo aroma se eleva al Cielo, recreando á los ángeles de Dios. La fuente con que ellas se riegan brota del Corazón divino de Jesús; y éste es el Amado del alma que ha puesto sus delicias en morar con ella, allá en el interior de su ver- gel, arrullado por los céfiros, mecido por las brisas y embalsamado por las flores. Muchas veces goza allí el alma la regalada presencia del Amado; y siempre ten- dría flores que ofrecerle, si cuidara de quitar las pie- drecitas que pueden impedir las avenidas del agua; pe- ro muchas veces no hace caso de cosas tan pequeñas,

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