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36 LA VIDA RELIGIOSA apenas podía tenerse sobre sus piés. Yo compadecido curé sus heridas con bálsamo oloroso, lo cuidé con es- mero y pronto convaleció. Estando ya sano, era de esperar que nunca se apartara de mi lado, que no vol- viera á los peligros de que lo libré, y huyera del lobo que lo había maltratado; mas, ¡ay! apareció un dia la fiera cerca de la manada, y apenas lo divisó el necio corderillo, víctima de inconcebible locura, corrió ha- cia el lobo... y allá lo tiene entre sus garras. Yo perdí mi cordero, y por él estoy llorando. Aún llevo escrito su nombre en mi corazón; se llama... y pronunció un nombre que yo me resisto á estampar en este papel!,, Luego prosiguió, suspirando: “¡Qué ingratos sor los mortales! ¡Y qué necias las desventuradas hijas de Adán! Crié una paloma para regalo mio, y un dia observé que, fascinada por el má- gico poder de escamosa serpiente, revoloteaba en lo alto de un arbol, bajando de rama en rama hacia la boca del reptil, que con su aliento la atraía. Ya estaba á punto de ser devorada, cuando salí al encuentro, ahu- yentando con mi presencia la culebra; y la paloma ca- yó á mis piés casi muerta. La cogí presuroso, la estre- ché sobre mi seno, y en él la abrigué, prodigándole mil caricias, que le dieron nueva vida. Yo pensé que jamás se iría de mi lado; pero apenas un astuto cazador la lla- mó con fingido reclamo, engolosinada ella con el cebo que le puso delante, se apartó de mí, y quedó presa en las redes del siglo: ¡Ay paloma ingrata! ¡Ay Sor....! y aquí pronunció otro nombre que más de cuatro reli- giosas podrían sustituir con el suyo propio..,, Me dirás tal vez que esto es un sueño, y así es en verdad; pero no es sueño, sino mucha realidad las que. jas parecidas á éstas, que Nuestro Señor da en la Escri- tura Santa álos malos religiosos; y se queja de nosotros, porque con nuestras ingratitudes herimos su amante
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