BCCPAM000540-5-07000000000000

Ó CARTAS A SOR MARGARITA 23 Pues, siendo todos piedras de la misma cantera, ¿cómo nos cupo la dicha de: ser elegidos para trono y altar del Rey eterno, que ha puesto sus delicias en morar con los hijos de los hombres? ¡Ay! no puedo considerarlo sin que el corazón me rebose de gratitud: allá en el mundo éramos como ár- boles criados en áridos desiertos; pasó por allí el divi- no Labrador, fijó sus ojos en nosotros, y á fuerza de trabajos, y eostándole mil sudores, nos arrancó de allí, nos cargó sobre sus hombros, y nos trasplantó á este huerto de la religión seráfica. Y allá se quedaron nues- tros compañeros, allá se quedaron los árboles que nos rodeaban, árboles más lozanos y fructíferos que nos- otros, árboles que puestos aquí, hubieran sido gala y adorno de la casa de Dios. Pues, ¿por qué no vinieron ellos, y sí nosotros? ¡Oh profundidad de los ¡juicios de Dios! Éramos como flores nacidas en ese valle de lágri- mas que se llama mundo; allí careciamos del rocío continuo, que aquí el cielo derrama sobre las plantas; allí nos azotaba con fiereza el frio aquilón y los vientos huracanados de las pasiones; allí los aires inficionados y la atmósfera corrompida que se respira, amenazaba quitarnos la vida de la gracia: allí hubiéramos sido pasto de animales inmundos, nos hubieran secado los ardores de terrenas concupiscencias, y hubiéramos sido flores desgraciadas, flores de un dia. Pasó por nuestro lado el Jardinero celeste, nos miró con ternu- ra, se compadeció de nosotros, y nos entresacó de allí para traernos al jardín de sus amores. Y las otras flores se quedaron allá entre las espinas del valle, expuestas á las inclemencias del tiempo. ¿Pues, qué hicimos nos- otros para merecer tan dichosa suerte? Y lo que es más todavía; otras flores fueron tras- plantadas del mundo al claustro, del árido desierto al

RkJQdWJsaXNoZXIy NDA3MTIz