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Y ARRULLOS DE PALOMAS 405 Pero si quieres en tu altar el mantel rizado me has de dar fuerzas y quietud para rizarlo: y si no, te lo plan- to como está.... ¿Me perdonas este atrevimiento? Y como si oyera, no su voz de perdón, sino su risa de complacencia, salia yo también riendo y me escapaba presurosa á continuar mi trabajo, el cual me encon- traba hecho con suma facilidad. No trabaja con tanto placer la madre al pie de la cuna donde duerme su pequeñuelo, cosiendo la ropita que le ha de poner, como yo trabajaba en la Sacristia cosiendo la ropa que sirve en los altares de mi Amor Sacramentado. No borda con tanto amor la joven pro- metida el primer regalo que ha de hacer Áá su esposo, como yo bordo, lavo y coso los purificadores y corpo- rales, hallando en esta ocupación delicias inefables que la lengua no acierta á expresar. Por eso la Sacris. tía es mi oficina predilecta. La primera vez que, después de tres años de cielo, me sacaron de ella, me eché á llorar como una niña á quien quitan su juguete más querido; como una es- posa que perdiera de repente al fiel compañero de su vida. ¡Oh cuánto lloré! Me vinieron á la memoria en tropel todas mis faltas, todas las negligencias en el desempeño de aquel oficio, y creí que mi Amado me alejaba de sí, por lo mal que le había servido; que me retiraba de su cámara en justo castigo de mis ingrati- tudes. ¿Por qué me echas de aquí? (le decia): Por qué me apartas de tí? No me despidas, Amor mio! déjame aquí otro trienio y verás con que fidelidad te serviré! Es posible que me arrojes de tu lado? Bien merecido lo TOMOS POLO halo e a ie ió Nada, Dios mio, nada! no me quiero quejar! soy culpable y acepto el castigo; de ta mano lo recibo todo. Otra vendrá á servirte en este lugar: y yo te serviré donde tú quieras, donde la obediencia me mande; allí
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