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22 LA VIDA RELIGIOSA su aliento y arrojara nuestro globo en la inmensidad del espacio, allá en los principios de los tiempos, nos escogió para sí. Y esta elección no estuvo en mereci- mientos propios, ni nuestras buenas prendas movieron á Dios para echar mano de nosotros, pues se dejó olvi- dado á otros que las tenían mayores y mejores. Nos es- cogió, no porque éramos santos, sino para que lo fué- ramos; y nos escogió porque quiso; y quiso porque nos amó; y nos amó, porque nos quiso hacer eternamente dichosos. ¡Bendígante, Señor, tus ángeles por este be- neficio tan singular que me hiciste! y mi lengua te ala- be, y mi corazón te adore, por haber puesto en mí tus ojos, escogiéndome entre millares para que yo te sir- viera. Digote con verdad, querida Margarita, que la grandeza de este beneficio me confunde y anonada, me llena de pasmo y quisiera saberlo agradecer, y que lo agradecieran mucho las almas religiosas. Todos los hijos de Adán somos barro de una misma masa, y nues- tro Señor, como Alfarero divino, nos ha hecho á DOS- otros vasos de santificación y honor, y á otros los ha hecho vasos destinados á más bajo servicio. Pues siendo todos del mismo barro, ¿por qué nos tocó á nos- otros la mejor suerte? Todos los mortales somos tron- cos de un mismo bosque; y Dios, como dueño absoluto de él, ha escogido los nuestros para hacer de ellos imá- genes de santos, que brillen en su templo, y á los de- más los ha destinado cada cual á usos especiales; y unos servirán para postes telegráficos y Otros para ha- cer carbón. Pues, siendo todos troncos de la misma selya, ¿qué hicimos nosotros para merecer un destino tan superior? 'Podos los cristianos somós piedras de la misma cantera; y el Artífice supremo ha escogido á Unas para los cimientos de su Iglesia, á otras para el pavimento y á otras para su tabernáculo y morada.
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