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o . o ' Ñ . . l y | | | 396 FLORES DEL CLAUSTRO El se vuelve á su oración, donde vé en toda su es- pantosa fealdad las iniquidades de los hombres, (y en- tre ellas las mias), toda la inmensidad de los tormentos que le esperan, su afrentosa muerte, el desamparo de su Eterno Padre, las amarguras de su Divina Madre... y á la vista de tanto tormento, un sudor de sangre inunda su rostro, y agonías de muerte siente su alma sacratísima. Entonces le pregunto: ¿Qué tienes, Jesús mio? Y pienso que vuelve hacia mí su rostro pálido, pero hermosísimo, y me dice: Mira los inmensos tor- mentos que me esperan... y alejándose de mí, vuelve á la oración, se interna más en el Huerto, donde arrodi- llado, y puestos sus brazos en cruz, exclama: Padre: ¡hágase tu voluntad! ¡Aquí está mi frente, venga la corona de espinas! ¡Aquí están mis manos y mis pies, vengan los clavos! ¡Aquí está mi cuerpo, vengan los azotes y las afrentas! Y con los ojos fijos en la tierra, paréceme ver aquella víctima sagrada, ofreciéndose por todo el mundo; y le digo á mi alma: ¡Oh qué mode- lo, alma mix! Aprende aquí á conformarte en todo con la voluntad de Dios. Al Te Deum vaelvo á elevar mi pensamiento hacia el trono de la Sma. Trinidad, donde mezclada con los ángeles, uno mis pobres alabanzas á las suyas y á las de todos los santos. Al empezar el primer salmo de Laudes, contemplo á Jesús en el Huerto, vendido, preso, maniatado, con una soga al cuello de la cual van tirando con alegría satánica y algazara horrible, arrastrándolo y condu- ciéndolo de tribunal en tribunal, cargado de afrentas, con su hermosa cabeza inclinada sobre su amante pe- cho, cubierto su rostro de confusión y vergienza. Yo le voy siguiendo, de Anás á Caifás, y allí me entro con Él en el calabozo donde lo encierran, para acom- pañarle el resto de la noche, encerrada juntamente con

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