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Ó CARTAS Á SOR MARGARITA 21 Pues, si consideramos ahora las circunstancias de nuestra elección, hallaremos en ellas nuevos motivos de gratitud; porque el piadoso elector fué Dios mismo, que nos llamó á su servicio sin habernos menester. Los llamados fuimos nosotros, criaturas despreciables, y más dignas de morar en el campo con los animales, que no en el santuario con los ángeles de paz. El lla- mamiento fué para cosa tan alta, que no pudo serlo más, pues fué para hacer á nuestras almas esposas de Cristo, hijas de Dios, herederas de su imperio y partí- cipes de su gloria. Y este llamamiento es tan especial y tan antiguo, que corre parejas con el mismo Dios; pues así como Él es eterno, así desde la eternidad nos tuvo presentes y nos miró con ojos piadosos, dispuesto siempre á darnos tánto bien. Asi lo dice Él por su profe- ta: “Yo te amé con amor eterno, y por eso te atraje á míi., (Jer. XXXI.) Pues, siendo esto así, ¿qué mayor beneficio puede darse? ¿Cuál mayor merced que ser amado de Dios ab eterno, y ser escogido para servirle, y estar escrito en su pecho amoroso desde los años de la eternidad? ¿Con qué amor corresponderemos nos- otros á este amor eterno de Dios? ¿Quién se conforma- rá á querer y amar más tarde al que tan temprano nos amó? ¿Quién aguardará á la vejez para amar al que nos amó desde toda la eternidad? ¿Qué tiempo bastará para corresponder á tánto amor y á tántas misericor- dias? ¿Qué lengua bastará para cantarlas, qué corazón para sentirlas, y qué servicios para pagarlas? El apóstol San Pablo nos llama también la atención sobre esta circunstancia de nuestra vocación, dicién- donos que nos eligió Dios, antes de hacer el mundo, pa- ra que fuéramos santos (Eph. 1.) La elección de nues- tro destino la tomó tan á pecho y tan de atrás, que la dispuso y trazó, cuando aún no había dispuesto los fun damentos de la tierra; antes que formara el mundo con
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