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o 372 FLORES DEL CLAUSTRO cio y la sencillez unidos entre sí. Nosotras decíamos en cambio que su emblema era la rosa alejandrina, pues nos confortaba con la fragancia de sus buenos ejemplos. Si cometíamos alguna falta, buscaba ocasión opor- tuna para corregirnos, casi siempre mientras se cosía 6 se bordaba; y entonces ponía delante de las culpables un ramito de ajenjo ú unas hojas de ortigas, dando á entender que habiamos amargado su corazón, y COrTes- pondido con ingratitudes á las bondades del Señor. Cuando éramos buenas, diligentes y aplicadas, ponía sobre los costureros y bastidores, campanillas madru- gadoras y hojas de moral blanco, que significaban en su lenguaje la puntualidad y la aplicación en el cum- plimiento del deber. Como la Maestra era tan apasionada á la floricul- tura, las novicias cultivábamos el jardín y las plantas del cementerio; regábamos las flores y corríamos tras las mariposas las tardes de recreo, y antes de retirar- nos á la celda cada una se dirigía al pedacito de jar- dín que cultivaba para llevar un ramo de flores al al- tar de su imagen querida. Yo mé quedaba embobada en aquellos momentos y no hubiera trocado mi suerte por la de ninguna hija de Adán. Contemplaba mis flo- res, las acariciaba, hablaba con ellas y les decía que las miraba con cariño, que eran mis hijitas, porque después de Dios á mí me debían su existencia, sus ma- tices, su fragancia y lozanía. Entonces hacía un ramito de ellas y lo enviaba al sagrario. Si no estaba satisfecha de mi comportamiento comenzaba el ramo con hojas ásperas, confesando así mi ingratitud para con Dios; luego añadía otras de mirra, expresando así mi amargura y mi pesar; des- pués ponía ramitas de lila morada y de mirto, mani- festando con ellas la emoción de mi alma y mis deseos
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