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y TEA A a Pri AAA 342 LA VIDA RELIGIOSA sufrimiento; en ser víctimas voluntariamente sacrifi- cadas en aras de la obediencia, de la pobreza, de la castidad, de la penitencia y mortificación de los senti. dos; en alejar de su vida interior todo defecto y toda imperfección; en ser el consuelo de los Prelados de la Iglesia, los ángeles de la tierra, las verdaderas espo- sas del Cordero sin mancilla; porque sólo así hay se- guridad de seguir subsistiendo, sólo así conservará siempre el Jardinero divino esos árboles en el vergel de la Iglesia. De lo contrario temo, y temo con razón, no sólo que falten las vocaciones y limosnas, sino que se cumpla la sentencia del Evangelio que dice: “Ya está levantada el hacha sobre la raíz del arbol, y todo arbol que no dé fruto será cortado y echado al fuego. (Luc. 3. 1X.) ¿Y acaso esta divina sentencia no se está cum- pliendo ya en algunas partes? ¿No hay ciudades de segundo y de tercer orden en donde han desaparecido las religiosas de clausura muertas por consunción? Y en esos mismos sitios en que ellas han perecido ó se están extinguiendo, ¿no florecen las Hijas de la Caridad, las Hermanitas de los Pobres, las Religiosas de la Enseñanza, Adoratrices, Esclavas, Reparadoras, Terciarias Carmelitas y Franciscanas, Hermanas de la Cruz ó cualquiera otro instituto moderno que, jun- tando en vida mixta la oración con el trabajo, se sa- erifican por Dios y por la sociedad? Y esto ¿no habla muy alto á quien tenga orejas para oir y ojos para ver lo que pasa á su alrededor? ¿Y no me ha de hacer te- mer por la suerte de las monjas claustrales, á las que estimo tanto como á las religiosas modernas? ¡Ay, hi- jas de Santo Domingo y San Francisco, de Santa Teresa y Santa Clara, hermanas mías carísimas, para quienes escribo ésto! Viva siempre en vosotras el es- píritu de vuestra santa Madre, que mientras él viva
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