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Ñ A A 1 IN l 298 LA VIDA RELIGIOSA ventos puede acontecer es que las que se confiesan con uno mismo se llamen entre sí hermanas de confesión, hijas espirituales de un mismo Padre, y empiecen á for- mar corrillo aparte en el seno de la comunidad: corri- los muy expuestos á las amistades particulares, á que- rer introducir en las demás la doctrina y dirección del propio confesor, haciendo comparaciones, siempre odiosas, procurando llevarle nuevas ovejitas, y cui- dando que ninguna de las antiguas se aleje de su pastor; y si alguna, sea por lo que fuere, se aleja y se vá con otro, pobre de ella!: las indirectas caerán sobre su cabeza, como las gotas de agua en dia de lluvia. Dada la fragilidad de la criatura, este mal es inevita- ble en la comunidad donde haya muchos confesores ordinarios, y por eso la Iglesia los tiene tan prohibi- dos. Y hoy menos que nunca se comprende ni se per- mite esa aglomeración de confesores ordinarios, pues- to que además del extraordinario de témporas, tiene cada comunidad señalados otros extraordinarísimos, á quienes pueden Jlamar las religiosas en caso de necesidad. En algunas Comunidades claustrales dan al con- fesor más importancia de la que realmente tiene, tanto que, si él ño es advertido, lo harán intervenir como si fuera un Superior monástico, en la administración de las cosas y negocios temporales ó en la disciplina inte- rior del monasterio, que pertenece á la Prelada y no á él. Por lo mismo debe limitarse en esto á dar consejo, si se lo piden, acordándose que, según la Santa Sede, de ningún modo puede el confesor reputarsepor Superior del convento, interviniendo en el régimen disciplinar y administrativo, ni ser procurador de cosas temporales el que sólo ha de tratar de las espirituales. (Analecta Juris Pontif., vol. IV, col. 1,324 y 2,140.) Las religiosas que no tienen clausura parece que

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