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296 LA VIDA RELIGIOSA mismas y la renuncia de su propia voluntad, según aquello de Jesucristo: “El que quiera venir en pos de mí, niéguese á sí mismo, tome su cruz y sígame: El que quiera salvar su alma la perderá; y quien por mi la perdiere, ese la ganará para la vida eterna., (Math. 17.) ¡Oh si las monjas encaprichadas por tener un con- fesor particular entendieran esta sentencia de Cristo! ¡oh si las que temen que no aprovecharán, si no es con el que ellas quieren, tuvieran luz para penetrar estas sublimes palabras del Salvador! Quien quiera salvar su alma, (por ese camino) la perderá. Tales son las advertencias que para evitar abusos hacen estos dos virtuosísimos Prelados, uno á los con- fesores ad casum y el otro á las religiosas; pero para evitar abusos mayores, Su Santidad, no sólo advierte, sino que previene ó prescribe á las Preladas y superio ras, que no nieguen á sus súbditas el confesor ad ca- sum tantas cuantas veces lo pidan para tranquilidad de sus conciencias; y de ningún modo pregunten ó tra- ten de averiguar la causa ó motivo de la petición, ni manifestar por ella desagrado alguno. Fíjense bien las Preladas en la fuerza que tienen estas palabras del * Papa y pónganlas en práctica, si no quieren ser en el tribunal de Cristo responsables de algún sacrilegio. Cumplan bien las Superioras esto que dice el Vicario de Cristo; no abusen las religiosas de la libertad que él les da; y los nuevos confesores extraordinarios ó ad ca- sum harán un bien muy grande y muy positivo á las comunidadas religiosas. Del contesor extraordinario nada dice el reciente Decreto, y así sus atribuciones y deberes son los mis- mos que antes. Suelen darse á las religiosas en las cua- tro témporas del año, y sería de mucho provecho que cada vez fuera uno solo el extraordinario en cada Co-

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