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Ó CARTAS Á SOR MARGARITA 281 duras reales, ponerlo en su mejor caballo ó en su pro - pia carroza y mandar que los grandes de su córte le acompañen por la ciudad gritando en alta voz: Esta es la paga que da el rey por los servicios que se le hace n y así honra á los que él quiere honrar., Y á la verdad, ¿qué mayor premio puede dar un rey por los servicios que se le hacen? ¿Qué galardón mayor que ponerle sus vestiduras, darle su cetro y ceñirle su corona? ¿Y cuál es la corona, cuál es el cetro y cuál es el traje de nues- tro Rey celestial, sino la cruz, las afrentas y los dolo- res? ¿Luego á quien Cristo dé parte de su cruz, de sus tormentos, de sus injurias y de su pasión toda entera, á ese le hace la mayor honra que le puede hacer en el mundo. ¡Oh, si entendiéramos bien ésta ver- dad! ¡Oh, si miráramos la honra que Dios nos hace cuando nos envía males y tribulaciones! ¡Cuánta paz tendríamos y qué bien recibiríamos todas las penalida- des de la vida! ¡Cómo bendeciríamos la mano que nos hiere, y la lengua que nos maldice, y el corazón que nos aborrece, y la cabeza que maquina el modo de ha- cernos mal! Bien sé que nuestro amor propio y el demonio pa- ra engañarnos, hacen esta objeción: Si los trabajos me vinieran de la mano de Dios, yo los recibiría de buena gana; pero no vienen de Dios, sino de fulana, que me quiere mal; ó de la otra que me tiene envidia; ó6 de aquella, que no me puede ver y me persigue. Dios te libre, Margarita mía, de discurrir así, porque entonces vas perdida yno sacarás provecho, sino daño, de las cruces que Dios te envía. Bien puede ser que aquella te quiera mal y la otra te persiga, y que con eso peque; pero esto no es cuenta tuya, que ella la da- rá á Dios, y muy estrecha; lo que tú debes pensar es que, aunque Dios aborrezca el pecado que ellas come- ten, quiere, sin embargo, los efectos de ese pecado;

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