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A A NO A Ó CARTAS Á SOR MARGARITA 261 to esmero lo cultivariían y regariían; cómo procurarian que los chiquillos no subieran por el tronco á encara- marse en las ramas, para que no las quebraran; cómo espantarían á los animales que vinieran á sestear á su sombra y á los insectos que se posaran en sus hojas pa- ra que nada le dañara ó echara á perder su fruto; y de esta consideración saquemos el aprecio y el cuidado que debemos tener de la observancia regular. Niños son en la religión los novicios y los jóvenes y no hemos de consentir que esos niños toquen en lo más mínimo, ni mucho menos se encaramen en lo alto de nuestro arbol: antes al contrario, les hemos de infundir respeto y veneracion á todo lo que se relaciona con la obser- vancia regular, porque de ahí depende el bien de todos. Animales que quieren morder y dañar á ese arbol ben- dito son nuestras pasiones y por eso hemos de enfre- narlas y tenerlas atadas para que él no pierda su verdor y lozanía. Insectos y gusanos que pueden afear la hermosura y picar los frutos de ese arbol son nues- tras faltas y defectos; y por eso hemos de velar mucho sobre ellos para no dejarlos anidar entre sus hojas. Y nadie se excuse diciendo que tal falta es ligera ó tal defecto pequeño; porque pequeño es un gusano y si se introduce en el corazón de un arbol, acaba con él. Pe- queño es un insecto; pero si se le deja anidar en ese arbol, se multiplicará con tanta rapidez y formará tal empjambre, que acabará con los frutos, y quiera Dios que no acabe también con el arbol. Por esta razón todos hemos de velar por la obser- varcia regular y defenderla de todos los que atenten contra ella, sean propios ó extraños, menores ó mayo- res, como lo hizo aquel soldado de Saúl-con el prínci- pe Jonatás (1). Iba Saúl al alcance de los filisteos, y (1 Reg.
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