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8 LA VIDA RELIGIOSA neficios que supone la vocación religiosa. Si hubiéra- mos nacido en otra parte, ó tuviéramos padres menos piadosos, ó una enfermedad nos hubiera lisiado, ó hu- biéramos tenido otro confesor, ó hubiéramos sido más pobres, ó nos hubieran faltado amigos y favorecedores, ciertamente no hubiéramos ingresado en el claustro. Una mala amistad que se hubiera interpuesto en nues- tro camino, un accidente funesto que nos hubiera so- brevenido, la falta de dirección, y otras mil cosas, hu- bieran bastado para anular nuestra vocación. Y Dios con su paternal providencia veló sobre nosotros, supe- ró nuestras dificultades, allanó los obstáculos y rompió los lazos que en el mundo nos detenían. ¡Y qué lazos! Es el mundo para el alma cristiana semejante á una cárcel penosísima, donde forzosamente se han de arrostrar las cadenas de las pasiones, de los contra- tiempos y adversidades; y esto en tanto grado, que no hay mortal alguno que de ellas librarse pueda. Y si me preguntas qué cadenas son esas, yo te responderé, mi buena Margarita, que son todas las aficiones malas, los apetitos desordenados, y aún las mismas necesidades de la vida. ¿Te parece floja cadena una torpe afición? ¿Y cuántos hay aprisionados con ellas, sin poder sol- tarse en toda la vida? ¿Y la codicia y el deseo de rique- zas, te parece pequeño yugo? ¡Cuántos lo llevan sobre sí, y van agobiados con su peso sin poder levantar Ca- beza! ¿Pues qué diré del amor á las honras y dignida- des? ¿Cuántos arrostran esa pesada cadena, sin poder desprenderse de ella? ¿Y el cuidado de las cosas, y la conservación de los intereses, y el tener que alternar con los de su clase, te parece carga ligera? ¡Pues no lo es, sino muy pesada! Porque en hecho de verdad, ¿cuántos afanes, cuántos desvelos, cuántas ansias y cuántos trabajos no emplean los del mundo para poder pasar, ó para llegar á un puesto honroso? Pues para